Fecha
;3/6/1901
Alcance y Contenido
La exposición de arte francés que ha organizado el Sr. Henri Dousset, en un salón de la calle Florida, no implica solamente una exhibición mas, análoga á otras á las que estamos demasiado habituados; importa felizmente una tendencia nueva por la que conviene felicitarle.
En materia de exposiciones artísticas no es la cantidad, ni siquiera la importancia de las obras la condición primordial, es la calidad lo único que cuenta y vale, y ésta cabe lo mismo en la nota suelta que en el lienzo monumental. Sin ir más lejos, nuestro público ha visto grandes cuadros de dimensiones solemnes, que dieron a su autor ruidosa fama local y empero no bastaron a abrirle la puerta de una exposición europea como el Salón de París, en donde varios de nuestros artistas exhiben obras de formato menor, pero de calidad más selecta.
El grueso público suele juzgar de una exposición por el número de "escenas" representadas, como juzga de un autor por la "nobleza" del género al que se dedica; ignora que todo el valer artístico reside en la calidad rara de la sensación expresada.
El exquisito Chardin supo revelarse en sus naturaleza [sic] muertas, un estilista completo al par de Brillat Savarin y en temas análogos, malgrado el prosaísmo
Que parecería deber acompañar á los utensilios de cocina, á la agrupación de piezas de vajilla; pero la luz que juega en la mejilla de una virgen de Greuze, no difiere en cuanto á valor estético de la luz que resbala en la panza de una cafetera de cobre, si la calidad de la visión es rara.
La armonía producida no permitirá echar do [sic] menos la anécdota ausente, y un tulipán de Van Huysum será siempre el equivalente estético de un paisano de Teniers, o el de un guerrero de David. En arte no hay pues, género inferior sino cualidades inferiores, y el augusto secreto que inmortaliza la obra del hombre, reside en la partícula de emoción que la mano trasmite de las regiones del alma á la materia inerte, y duerme, encerrada en la inflexión de una línea, en la pureza de un tono como en un vaso mirrino.
Hago estas reflexiones- tan familiares á los artistas- porque he oído quejarse de que en esta exposición no hubiera "obras considerables. ¡Obras considerables, Dios mío! Y ¡quien las solicita?
Nuestra gran capital no ha salido aún del primer período de cultura, en el que la necesidad de ornamentación se circunscribe y concreta á la propia persona del individuo. En esta materia el refinamiento es completo y en muchos casos afecta formas tan exquisitas que hacen honor a la facultad de asimilación de la raza y dejan entrever que nivel de alta civilización alcanzará nuestra sociedad, cuando el cultivo de todos nuestros sentidos y facultades llegue a ser homogéneo.
Hoy por hoy, el refinamiento se circunscribe al cuidado del cuerpo; el argentino viste bien y hasta fastuosamente; come y bebe con suculencia; duerme con elegancia; viaja confortablemente; sus pies calzados de charol reluciente- cuyo lustre enriquece á sin número de industriales- caminan hollando tapices, mosaicos ó pavimentos públicos de madera; sus manos, á menudo enguantadas, están familiarizadas con la plata ó el oro bruñido de los bastones comunes; su cuerpo se hunde muellemente en los cojines de los carruajes, ó en los confortables sillones de los aposentos; su olfato se complace en el uso y el abuso de los perfumes; su oído se regala con las voces melodiosas de insignes cantores, y con
De los perfumes; su oído se regala con las voces melodiosas de insignes cantores, y con el tañido de instrumentos bien templados.
¿Qué le falta entonces á esta civilización para ser completa y para irradiar á su turno fulgor y calor, análogos al que nos deslumbra y calienta desde las ciudades europeas y norteamericanas?
Simplemente, experimentar la necesidad de amueblar la mente con el mismo cuidado y tesón con el que nos vestimos y adornamos, entapizamos nuestros interiores y confortamos nuestro estómago. ¿Cuántas casas, no ya de gente acomodada sino de potentados, yacen sepulcros blanqueados, privadas de libros, cuadros, estatuas y arquitectura? ¿Cuántas, en donde la irrisoria calidad de los retratos de familia, la grosera presencia de oleografías y fotografías pintadas, la de adornos de pacotilla, está revelando á gritos la indigencia mental del fastuoso propietario, cuya sensibilidad se localiza en los pies y las manos, en la boca y la nariz, mientras dispone de una mirada capaz de ver las verrugas, la fealdad de personas y de cosas, pero inapta para gozar de la belleza ambientada la que es susceptible de iluminar una habitación, como de la que pulula esparcida sobre la tierra y en el cielo, para recompensa del cuerpo y salud del espíritu?
¿Cuántas vidas transcurridas lejos del libro, en el desamparo egoísta, chato y perjudicial á los otros de las existencias grises y hueras [sic], de todos los inútiles, inmóviles como bonzos incapaces de acompañar á la sociedad en su marcha espectadores aburridos del animoso que pasa empujando la carga común?
¡Cómo cuesta, en un sentido, el progreso del pueblo, por la inercia que opone a los mejores esfuerzos de la minoría ilustrada.
¡ Ah, no es tan sólo brazos lo que necesita para carpir la tierra, sino lenguas de oro que viertan en su oído la persuasión, de que en la comprensión y el estudio reside la ventura, la fuerza y la riqueza, la compasión inteligente, la bondad eficaz.
Sugieren estas reflexiones algunos hechos dolorosos, otros burlescos, tan poco conocidos, que conviene citarlos de vez en cuando.
En 1888 vino á Buenos Aires una grande y nutrida colección de obras de la escuela francesa, y con ellas se hizo francesa, y con ellas se hizo la exhibición que tomó el nombre de Exposición Francesa del Jardín Florida. Fue la más notable exposición de "venta" que se ha realizado entre nosotros, y resultó un desastre, cuyo amargo recuerdo conservan todavía en Francia los autores perjudicados. Al decir desastre, no me refiero puramente al resultado financiero, pues los expositores lo perdieron todo, hasta el honor que hubiera podido y debido recaer sobre ellos con motivo de sus producciones, del sacrificio que hacían enviándolas tan lejos.
Nombres ilustres y obras de real importancia que contribuyeron a la dignidad del Salón de París (de donde procedían, (….) y pasaron poco menos que inadvertidos. Tengo el catálogo, y lo que es mejor las obras principales á la vista, reunidas en el Museo de Bellas Artes á favor de circunstancias provinciales para la institución nacional. La Exposición Francesa contó, entre muchas otras, con las siguientes obras: [Un] cartón original de Ferdinand Cormon y un retrato (...) del mismo autor, una gloria contemporánea; el retrato de Alexandre Dumas por Alfred Roll, el eminente artista, (...) etc., etc.
No podemos enumerarlo todo; lo dicho sobra para que quienes están al cabo de la actualidad artística europea, aprecien, - siquiera sea retrospectivamente- la real importancia de aquella colección valiosa, cuyo equivalente no estamos próximos á volver á ver en esta capital.
Pues bien; con excepción [sic] del cartón de Cormon; el "Retrato de Dumas", de Roll y la "Psiquis", de Mazorelle, que fue adquirido en los primeros días por el Dr. Del Valle y el Sr. J. S. Godoi, todo lo demás, en número considerable, quedó sin colocación, arruinó la empresa y debió liquidarse laboriosamente y á vil precio en el espacio de largos años.
Una sola persona, el doctor Aristóbulo del Valle, dominado por el culto de la belleza que fue la pasión de su alma, habíase vuelto á la sazón coleccionista sagaz y compró, pieza por pieza las obras principales, que hoy, gracias á la acción progresista del Gobierno Nacional que los adquirió, han contribuido al enriquecimiento del Museo, en donde prestan servicios incalculables al desarrollo de la cultura argentina.
Con este ejemplo no es presumible que los maestros vuelvan por ahora á enviar "obras considerables" para contribuir filantrópicamente á nuestra educación, y por lo que respecta á trabajos más modestos, debemos convenir en que afrontarían peligros ignorados, que ni pueden suponer remotamente porque escapa á toda previsión. Como estoy persuadido de que nuestros descendientes no nos perdonarían el haber callado este rasgo de sus abuelos futuros, vamos á revelarlo como una pequeña contribución á la historia de nuestro desenvolvimiento.
Un país tan rico como el nuestro en toda suerte de animales está destinado á ver florecer las especialidades artísticas, aun con mayor motivo que la Europa cuyas bestias no suelen ser nativas, sino en gran número importadas.
Los artistas europeos- por no decir en general- no habían soñado aún en seleccionar la raza de los animales que animan sus obras con criterio de criadores, ni sopesar su edad y carnadura con ojo de invernador o matarife, creían buenamente, como gente ingenua y poco avezada á cuestiones rurales, que la representación de un animal sin pergaminos, excesivamente joven o notoriamente viejo y privado de gordura, podía constituir una obra maestra, una obra de arte, en relación con el talento del autor, contaban sin el criterio de algunos caballeros criollos, precisamente del número de aquellos cuya posición desahogada les permite rodearse de obras artísticas. He referido ya el caso de un hombre que había cursado estudios científicos, dotado de curiosidad intelectual, hasta el punto de prolongar un viaje para contemplar el celebérrimo "Toro" de Paulus Potter- gloria del Museo de La Haya- y que sufrió una positiva decepción, según confesión propia, al "encontrarse co un ternero". Otro caballero examinaba aquí con gran detenimiento un cuadro de carneros del famoso Pallizzi, y se volvía irritado al dueño de la obra á quien sobrecogía, exclamando: "si estos son carneros ordinarios".
Hace pocos días un estanciero á quien le mostraba una admirable vaca del mismo especialista, se rehusó á convenir en la belleza del cuadro so pretexto de que la vaca estaba flaca.
Ante ese nuevo concepto de la obra de arte. Con arreglo á mercado de consumo- la dirección del Museo hubiera podido verse amenazada de una protesta colectiva de invernadores si esta vaca fuera nuestra, en vez de ser una lechera francesa de las planicies de la Beauce, estupendamente pintada por Pallizzi.
La educación pública se está haciendo y ya es mucho lo que se ha ganado; pasó el tiempo en el que un millonario concurría á una exposición artística de caridad con la única obra de arte existente en su palacio, un premio de carrera, ganado por su caballo.
Pero es hora de entrar á ver los cuadros motivo de estas digresiones.
Esta exposición, dijimos, es un síntoma y llega a tiempo; el público empieza á fatigarse de la retórica hueca, presiente al fin que no es ella precisamente quien pone en manos del artista el lápiz ó el pincel, y que el templo del arte está plagado de mercaderes.
El más personal de los autores cuyos trabajos se exhiben aquí, es Raffaelli, y el rango aparte que ocupa le corresponde habitualmente en todas las exposiciones europeas y americanas en las que interviene. No tiene antecesores, ni le conozco imitadores, pero ya vendrán junto con la volga. Su originalidad acentuadísima, que le torna inconfundible, le ha valido todas las burlas fáciles y las injurias aún más fáciles, que son el lote obligado del autor, dotado de fisonomía propia. Su estilo sin precedentes, irrita la incomprensión del espectador, que se apresura á vengarse de la obra como si olfateara en ella un enemigo oculto. ¡Y qué peor enemigo que aquel que nos desmonta con el enigma planteado á nuestra suficiencia de conocedores!
Un día visitando el Salón de París con alguno de nuestros elegantes, llegamos á una sala en medio de cuyo muro principal resplandecía un semidesnudo de Raffaelli; era una hermosa mujer dormida en amplio lecho, una suculenta armonía gris- rosa y blanco, que atraía invenciblemente la mirada de todos, las de unos por su belleza y las de otros por su fealdad. En el preciso instante en que cumpliendo el oficio que me deparaba la suerte adversa, esbozaba un gesto para señalar "la obra" de la sala, mi amigo, profundamente chocado me decía: ¿Por qué han dejado entrar ese mamarracho en el Salón?"
Luis XIV ya se había sentido ofuscado por los patanes de Teniers, cuando exclamó [sic] Entonces ces magots! Y aunque mi amigo fuera catorce veces menos elegante que el Rey- Sol, experimentaba idéntico desagrado ante una obra- por excepción [sic] graciosa- del pintor de las cosas pobres.
Todo lo que es humilde toca el alma de este poeta que ha descubierto la poesía de los suburbios parisienses, y deambula en la faja macilenta de las fortificaciones que envuelven á París, ungiendo a los vagos, á los caballos de labor descarnados por el sufrimiento, á los perros escuálidos á caza de desperdicios, á los seres harapientos, a los árboles mustios, al paisaje marchito, las chimeneas desgarbadas y sucias; San Vicente de los pintores, acoge en su regazo para mecerlos con fraternal cariño, todos los desheredados que la gran ciudad lujosa empuja al limbo miserando que circunda y oprime cual cinturón de angustia.
¿De qué medios se vale este oficiante de los humildes para expresar la piadosa melancolía que fluye de su alma? ¡Ah, qué lejos estamos de los efectistas y de sus banales procedimientos! Suponed un niño ingenuo y aplicado, con pericia de hombres realizando con rasgos que parecen indefensos y una técnica de circunstancias que aprovecha el tono del material y se sirve simultáneamente de todos los procedimientos, las obras más complejas, expresivas y extrañas, pero profundamente humanas.
Tocado en la frente por el hado singularizador que señala los mártires al terrestre suplicio y á la gloria póstuma.
Raffaelli cumple su destino lo más serenamente que puede, y es probable que halle en la compañía de los desamparados la fuerza necesaria para realizar tan digna mente sin un solo desmayo, la ruda misión impuesta por su crédito estético.
Entretanto los coleccionistas saben que habrá un vacío en toda reunión de obras que aspire á representar, siquiera sea un escorzo, el alma contemporánea, si falta entre ellos un Raffaelli, laguna tan evidente como si faltara el mismo Millet.
El lujo del inmenso Millet figura en esta exposición con un sutil paisaje "las Parvas", impregnado de aquel hondo misticismo que flota en las evocaciones rurales del maestro.
Joseph Granié desciende en línea recta de los miniaturistas que iluminaron pacientemente los misales primorosos del Medio- Evo, lo que no le impide elevarse hasta el estilo creando el retrato delicado é intenso de Mlle. Moreno de la Comedia Francesa, actualmente en el Museo de Luxemburgo; la línea de su lápiz, impecable y pura le permite desdeñar á menudo los recursos poderosos de la pintura al óleo, para burilar sobre un trozo de bristol grande como la mano, perfiles adorables de mujeres ó de niños, que se ligan por la nobleza de la intención y el arte adquirido, á la gran tradición de Leonardo, de Lorenzo de Credi y de Ingres.
La cabecita de mujer rubia, cuyas (....) las lucen extrañamente estriadas de oro, el perfil de niña que asoma á través profusa cabellera, son dos páginas (...) de un arte tan positivo, que sobrevivirá a la moda y al tiempo, y los hombres de cualquier raza y de toda época, al inclinarse para ver de cerca la pálida traza del lápiz sobre el papel amarillento, percibirá el sutil perfume fluente de aquellas (...) que fueron vínculos de amor.
Helleu está bien representado como dibujante y notablemente como punta-sequista. Dedicado hace más de quince años a descifrar el enigma del alma femenina á través de la parisiense, ha llegado á la maestría suprema, y temerario se complace, en fijar lo fugitivo rayando el cobre con el diamante audaz; la rapidez del procedimiento y la seguridad de trazo que exige está muy de acuerdo con el tema inestable que comenta.
"La mujer del collar de terciopelo reclinada en un canapé, reposa felinamente, y vierte entre sus pupilas candorosamente diáfanas el filtro de un deseo soñoliento.
En otra estampa, otra mujer en actitud análoga, pero sin raza, entregada plausiblemente al mismo pensamiento, resulta provocativa; ambas planchas son el comprensivo, en el gesto viviente de los dedos afilados en movimiento. Un dibujo semejante bastaría para hacer la reputación del autor.
El paisaje de Piguet "Orillas del Marne", es un delicioso rincón de naturaleza, un pastel fluido de un ambiente colorido y húmedo, cuya delicada solidez evoca el gran recuerdo de Corot.
Gulloux tiene un estudio sintético de paisaje, tratado por tintas planas, adosadas, como se estila en la coloración de los mapas, ó en los tapices, visto con tanta precisión que evoca triunfalmente la campaña en la hora diáfana del meridiano.
Louise Breslau ha transportado al cuadro la existencia laboriosa de una modista de sombreros, que se mueve abstraída en su trabajo, y produce la ilusión de haberla sorprendido á través de la vidriera. La técnica empleada es tan precisa que el arte desaparece con toda su labor y uno ve por delante la vida misma natural y sencilla.
Ninguno de estos artistas muestra bajas preocupaciones, ni en la elección de los asuntos, ni en las combinaciones de factura reveladoras del afán de lucro. Un resplandor de arte sincero y sano envuelve los trabajos é ilumina la exposición; es por esto, según ya dije, que era conveniente felicitar al hombre de gusto que ha organizado la exhibición, y al público que demuestra haberla entendido, reacciona de costumbres viejas y elige para sus muros cosas que no son banales.
Algunos verán abrirse ante sus ojos horizontes nuevos, percibirán rumos de alas que se agitan para volar hacia rumbos desconocidos, y recogerán la enseñanza que brota de toda tentativa de emancipación intelectual la fe en el esfuerzo propio, y la esperanza que nos promete la osadía de aquellos que obtuvieron el mismo triunfo por tan diversos medios, demostrando con el ejemplo que la renovación es la ley de la vida. EDUARDO SCHIAFINO.
La Exposición se realizó en la galería de los señores Freitas y Castillo en la calle Florida
Fuente de adquisición
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Ayudas para la búsqueda
Lunes
Número 9893
p.3, c.5/7
Existencia y localizaciòn de originales
Inst. Ravignani
Nota del Archivero
Investigador: María Florencia Galesio