José Tarnasi (1863-1906)
Artículo necrológico
No se trata de hacer el retrato de Tarnassi: ¿quien ya no le tiene en su corazón? Menos aún de escribir su biografía ó de estudiar sus obras. Por grande que sea su valor ¿quien buscará el noble espíritu que ha desaparecido? ¡No hay persona entre los que le conocian que no haya recibido como un luto doméstico la noticia de su muerte! Hacían pocos meses que nos habia dejado.
Todos abrigabamos la esperanza de que el aire nativo mas poderoso que la enfermedad y las congojas pronto le devolverían á la enseñanza y fortalecido: y hete estallar la siniestra noticia de su muerte!
No volvera jamás á aparecer aquella frente tan serena, aquella mirada tan apacible, aquella sonrisa tan cariñosa, ni jamás volveremos á oír aquella voz tan sonora, aquella frase elegante. Toda su alma estaba en su rostro, en su voz; un alma bondadosa, que nunca conoció ni envidias, ni odio: todo su corazón estaba en el apretón de su mano. Mas afortunado que el rey de la fábula, todo lo volvía en cariño y benevolencia: para él no tuvo el mundo ni odio ni maldad; cuantos le conocian le amaban como á hermano: solo fué con él injusta la suerte; y ni siquiera esto es exacto, pues si le dió congojas y fastidios, también le concedió un alma capaz de despreciarlas.
A pesar de las puas que la envolvian,' abrióse su existencia risueña como una flor.
Solo sus discipulos conocieron á Tarnassi. A pesar de su apariencia chistosa, y de la tendencia á la broma que tan cara hacian su compañía, él tenía un alma entusiasta: y el entusiasmo es fé en algo y la fé es seria. Y solo á sus discípulos se la mostraba.
La enseñanza era su vida. Dictó el primero literatura latina en la Facultad y solo entonces le pareció vivir. Allí con Virgilio, con Horacio, con Cicerón, hallábase en su centro.
Como todo romano, vivía en el pensamiento de la antigua grandeza: aquella elevación de sentimiento, aquella magnanimidad de aspiraciones, le arrebataban; le embelesaba aquella frase llena de sonido y magestuosidad. Y como todo esto era en él sentimiento rico, quizás el más rico de sus sentimientos, lograba comunicarlo, transfundirlo en sus alumnos. De ahí su eficacia como enseñante.
En el estudio, cual se hace en el día, la antigüedad queda fuera de nosotros, como objeto de puro conocimiento: de ahí si tiene tan poco atractivo. Tarnassi tenía el alma de un humorista; de la anfü;üedad quería apropiarse el espíritu, sentir, pensar corno los antiguos, hablar como ellos. El presente, de puro mezquino, le repugnaba y ni podía adoptarsele. Fuera de su sueño, quedaba fuera de su elemento. Por ello he dicho que solo en su clase se daba á conocer.
El entusiasmo era su musa: sin él era impotente. Si debía hacer un discurso, antes le era menester ponerse en estado de entusiasmo: este le sustentaba, desplegaba su frase: levantaba su período en espiras como el vuelo de un halcón: una voz de un timbre precioso, algo así como el tañido de un arpa de oro, ayudaba su palabra: concurría al efecto el gesto, el ademán magestuoso sin afectación; y el resultado de todo este conjunto era la mas intensa conmoción en los oyentes. Pero habia que oírle, mirarle: al oirle se comprendía la verdad de lo de Demóstenes, que la elocuencia toda consiste en la acción.
Lo que le faltó á Tarnassi no fué ni el arte ni el ingenio sino los tiempos. En otra edad, rica de acontecimientos grandes, capaces de despertar verdadero entusiasmo sin que él debiera suscitarlo por autosugestión, habría alcanzado un p~esto altísimo entre oradores. Todo lo que era argumentación, razonamiento apocaba su espíritu generoso y enfriaba su frase.
Y lo mismo se hecha de ver en sus poesías. Dos de las mas hermosas le fueron
inspiradas por Grecia y por España: el derecho conculcado, la sed de aquella justicia que Momsen dice desconocida á la historia, le arrancaron aquellas estrofas encendidas, aquellos gritos de protesta, que por desgracia no influyeron en los acontecimientos.
Por lo demás el curso de sus lecciones, aquella vida de Cicerón escrita con el corazón, aquellos guijarros de antiguos poetas engastados en una prosa tan amable y musical, he aquí lo que nos queda de tan rica naturaleza, de tanta cultura y estudios amorosos.
Y queda algo más: su indeleble recuerdo en el corazón de sus alumnos y amigos: una congoja que los acompañará aun por largo trecho, una irreparable amargura.
Todo lo mejor se vá y pronto; á uno no le queda sino el consuelo de que la vida no es eterna.
Fuente: José Tarnasi | Boletín del centro de Estudiantes